martes, 14 de enero de 2014

Bicicletas por la acera

Hace varios años, al ayuntamiento de Barcelona cambió las ordenanzas municipales para que algo hasta entonces prohibido, circular en bicicleta por la acera, estuviese permitido. El ayuntamiento de Barcelona quería ser, así, ecológico y moderno: facilitaba el uso de un medio de transporte limpio, y, como todo el mundo dice ahora, sostenible, y se proclamaba adalid de lo mediterráneo y lo guay. Además, favorecía la salud de la población: pedalear -mi instructor de spinning y yo lo sabemos bien- es bueno para el corazón. El ayuntamiento de Barcelona olvidó, sin embargo, que semejante práctica también sería perjudicial para la salud de muchos: los huesos rotos de los peatones por los impactos con las ciclistas y el estado de alarma general, sobre todo entre los ciudadanos más provectos, que generan los vehículos que nos esquivan de continuo por la calle a centímetros de distancia. En realidad, el consistorio municipal ya se había significado como una entidad audaz: hace algún tiempo, promovió una campaña publicitaria en la que presentaba a Barcelona como "la mejor ciudad del mundo". Así, a palo seco. Y uno pensaba: ¿La mejor? ¿La mejor en qué? ¿La que tiene más bibliotecas o más zonas verdes? ¿La que goza de las mejores escuelas y universidades? ¿La que ofrece más seguridad y limpieza? ¿O será la ciudad con menos pobres, con menos barrios deprimidos? Pero con lo de las bicicletas el ayuntamiento se superó a sí mismo: ahora los peatones ya no disponen de un espacio propio y exclusivo. Si antes se veían apremiados por los coches, que lo invaden todo, pero disponían de este territorio llamado acera del que eran los únicos beneficiarios, ahora ya ni eso: lo han de compartir con los vehículos, aunque sean sin motor; y, en la acera, los vehículos constituyen el peligro. Se acabó la despreocupación mental de que antes disfrutábamos: ahora hay que mantenerse alerta para no ser arrollado por las bicis. Si, además, quien las conduce es un energúmeno, habrá que estar más vigilante todavía. Aunque, bien pensado, quizá eso sea incluso mejor para nuestra salud, que es lo que, sin duda, desean promover nuestros munícipes: tendremos que estar en una forma mental excelente, para soportar las discusiones que susciten los encontronazos, y hasta en plenitud de condiciones físicas, porque quién sabe si no acabaremos a tortas con el contador de turno. Hace un año y pico, fui testigo de un incidente épico a la salida de mi trabajo, en la plaza Cataluña: un cenutrio, que circulaba, o pretendía hacerlo, por entre la muchedumbre que siempre ocupa la plaza, y que ya había estado a punto de atropellar a varios peatones, chocó finalmente con uno, al que dejó tendido en el suelo. Pero no tuvo bastante con eso: irritado por que su gincana hubiese sufrido aquella abrupta interrupción, vituperó al arrollado con una violencia de la que era difícil creer que alguien fuese capaz, y se alejó dando grandes voces, mientras el pobre viandante, todavía aturdido, luchaba por ponerse en pie. En Londres no se puede circular en bicicleta por la acera, pero las calzadas están llenas de velocípedos. Ahí la situación se invierte: la parte débil es el ciclista, y no es infrecuente que mueran en las calles, arrollados por coches o aplastados por camiones. También sufren, a veces, los golpes de los conductores irritados, lo que no deja de ser otro peligro (y, a la vista de la complexión y la agresividad de muchos de estos, un peligro grave). Muchos ciclistas han adoptado la medida de instalar una cámara en el casco, para tener pruebas de lo sucedido en caso de sufrir algún accidente. Y hasta hay un tipo, un ciclista negro, que recorre las calles de la capital grabando a los infractores e instruyéndoles sobre los peligros de no respetar las normas de circulación: ha hecho de ello su actividad diaria, y no deben de faltarle buenos -y trágicos- motivos: en un programa de televisión, lo he visto llorar -a él, un tipo cuadrado, alto como una farola- cuando le han preguntado por qué se dedicaba a eso. Sin embargo, la generalización del uso de la bicicleta en las vías urbanas también causa problemas, y no solo porque el amontonamiento aumenta siempre las dificultades, sino, sobre todo, porque algunos criminales en potencia las utilizan como pistas de carreras. Hay grupos de ciclistas que compiten en las calles de Londres, y en las de las demás ciudades británicas, a plena luz del día, y en medio de un tráfico agobiante: circulan a toda velocidad, se saltan los semáforos, invaden las aceras, no respetan los pasos de peatones; y muchos van sin casco. A estos el ángel negro también los denuncia, aunque su labor benemérita no puede prevenir todo lo que sucede en una urbe tan grande y laberíntica. Yo he hecho el camino de Santiago en bicicleta, salgo regularmente a pedalear por la ciudad y hago spinning en un gimnasio, pero añoro aquellos tiempos en los que se podía pasear por la calle sin riesgo de ser pasto de las tubulares.

3 comentarios:

  1. Vergonzosa, sin duda, aquella campaña de "Barcelona, mejor ciudad del mundo", aún la recuerdo por su nefasto y ombliguista mensaje. !Qué época aquella en la que los gobiernos de izquierda de la ciudad maquillaban impunemente todo lo feo! Después se extrañaron de que los barceloneses les dejáramos de votar.

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  2. Me gustaría hablar de las bicicletas, pero no tengo tiempo, lo haré en otro momento, me encanta la bicicleta (no el spinning)!!
    Lo qué si hago es felicitarte nuevamente, estás entre los finalistas de los premios de la Revista Quimera!!

    Me alegro mucho!

    Un Abrazo

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  3. Gracias, Amelia, aunque algo me dice que no voy a ganar. En fin, supongo que ya es bastante premio estar entre los finalistas. Y a ver cúando nos das tus opiniones ciclistas.

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