viernes, 7 de febrero de 2014

Sloane Square y King's Road

Sloane Square es una plaza muy agradable de Chelsea, aunque lo sería más sin el tráfico infernal que la rodea. Se llama así por sir Hans Sloane, un médico, botánico y coleccionista irlandés que perdura en la memoria de los ingleses por haber donado a la nación su fabulosa colección de objetos y plantas, que constituyó la base para la creación del Museo Británico, y por haber introducido el chocolate en el Reino Unido. En efecto, durante su estancia en Jamaica -que se prolongó quince años: era el médico personal del gobernador de la isla- observó que los nativos bebían un brebaje derivado del cacao como remedio natural para muchas enfermedades. Cuando lo probó, lo encontró nauseabundo, pero descubrió que, si se mezclaba con leche, sabía mucho mejor. Importó entonces la fórmula a Inglaterra y popularizó el consumo de chocolate hasta hoy mismo. De hecho, la célebre marca de chocolates Cadbury, que adquirió los derechos de la patente de Sloane en el s. XIX, es la continuadora de su obra. (Es curioso que otro producto de consumo universal, la Coca-Cola, fuera también, al principio, un medicamento: la inventó un farmacéutico de Atlanta, John Pemberton, como tonificante para señoritas; hoy se expide sin receta y tonifica a todo el mundo). Sloane Square constituye la frontera entre dos de los mayores patrimonios inmobiliarios de Londres: el Cadogan y el Grosvenor Estate. El de Cadogan agrupa una larga serie de magníficos edificios que cuentan, a menudo, con sus propias plazas privadas. En esos pequeños edenes ciudadanos, circundados por rejas muy disuasorias, solo se puede entrar si se es vecino, y a uno le sorprende que perduren estos privilegios señoriales en el centro de Londres y en pleno siglo XXI. No obstante, es muy agradable pasear por estas zonas tan exclusivas -y, claro, carísimas- y disfrutar de las tiendas que crecen a su calor. Cerca de Cadogan Square, por ejemplo, hay una tetería muy mona -atendida, para variar, por una española- donde es un gusto tomarse un roibos o alguno de las docenas de tés que figuran en la carta. Sloane Square está presidida por una delicada estatua de Venus, del escultor Gilbert Ledward, erigida en 1953 -Piccadilly Circus no está solo, pues, en su exhibición de motivos eróticos- y rodeada por una espesa hilera de árboles, que aíslan no poco de la voracidad de los automóviles: en un día de escaso ajetreo, un domingo, sentarse en la plaza, junto a la estatua de Venus, y leer el periódico, o, aunque parezca increíble, comerse un sándwich de mermelada y pepino, bajo el dosel azulísimo del cielo, es uno de los grandes placeres que ofrece la ciudad. Hay, también, dos edificios muy significativos: el Royal Court Theatre, uno de los muchos donde no se representan musicales o comedias, sino obras clásicas y de vanguardia (que aquí vienen a reunirse, como los extremos de un ouróboros, por su oposición al entretenimiento y la frivolidad); y los grandes almacenes Peter Jones, el mejor equivalente de nuestro inefable Corte Inglés: allí hemos comprado Ángeles y yo casi todos nuestros aperos de cocina. En Sloane Square se encuentra uno de los extremos de King's Road -el rey al que se refiere la calle es Carlos II, que no sé si fue un buen monarca, pero sí un gran copulador: reconoció a 14 hijos ilegítimos de ocho amantes distintas, aunque su prole real, y nunca mejor dicho, fue mucho más numerosa-, uno de los centros neurálgicos de la eclosión punk y mod de los ochenta, pero que ahora se ha convertido en una calle ferozmente comercial, con tiendas de lujo, bares y restaurantes. Ello no obstante, la zona conserva todavía algunos testimonios de su pasado literario. Al poco de salir de Sloane Square, por King's Road, se encuentra John Sandoe, una de las librerías de viejo de mayor solera de la ciudad, fundada en 1958, y de la que era un habitual el actor Dirk Bogarde, que la consideraba "inspiradora de un amor absoluto por los libros". Hoy ha perdido, quizá, parte de su antiguo encanto, porque ha tenido que reducir sus instalaciones, pero conserva un fondo amplísimo, y muy bien catalogado, que sigue siendo una delicia recorrer. Un poco más allá, al otro lado de King's Road, en Walpole Street, vivió brevemente P. G. Wodehouse, otro de los modeladores del arquetipo del inglés, gracias a su personaje del criado Jeeves. Desde aquí caminaba Wodehouse hasta su deprimente trabajo en el Banco de Hong Kong y Shangai (hay ensayos sobre los muchos poetas que se han dedicado a oficios burocráticos, como el excelente El funcionario poeta, de Carlos Eymar, pero sería interesante componer alguno sobre aquellos que han sufrido en sus trabajos, aquellos para los que esa ocupación ha sido una losa insoportable y quizá, paradójicamente, una fuente de inspiración), y es de suponer que aprovechaba aquellos apesadumbrados trayectos para componer mentalmente las descacharrantes aventuras de Jeeves y de Bertram Wilberforce Wooster, su señor. Si seguimos por King's Road, no tardaremos en llegar a Sydney Street, que la cruza, y en la que se encuentra la iglesia de San Lucas, memorable porque aquí se casó Charles Dickens con Catherine Hogarth en 1836, por su espléndida agua neogótica frontal y por el grato barecito que se monta, cuando hace bueno, en su pórtico -llamado, con poca imaginación, "Pórtico"-, y en el que es un placer tomarse un café, con los rayos del sol enhebrando las columnas, mientras se oye el rumor de los juegos de los niños de un colegio cercano. Aproximándonos ya al otro extremo de King's Road, cerca de la Escuela de Artes de Chelsea, cruzaremos la sorprendentemente llamada Manresa Street, muy cerca de donde vivieron Dylan Thomas y el también poeta sir Osbert Sitwell, hermano de la excéntrica Edith Sitwell, nada sorprendente autora de Excéntricos ingleses, un delicioso compendio de las rarezas de este pueblo raro. 

2 comentarios:

  1. Qué gusto leerte!!

    Rayos de sol enhebrando las columnas...Me ha recordado un versito de Aníbal Núñez: Con el hilo que pierdo, te imagino cosiendo...

    Sigo disfrutando de "El corazón, la nada" -Nazco:soy cera- Qué hermoso!!

    Un abrazo

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    1. Gracias, querida Amelia, otra vez, por tus comentarios. Me alegra que lectores como tú conozcan mi obra.

      Un beso.

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