lunes, 3 de marzo de 2014

GPS, El teatro de la luz, Ahora solo bebo té

Los escritores siguen escribiendo. Todos seguimos escribiendo. Sumamos sin desfallecer nuestras palabras a la cifra inimaginable de palabras que ya han sido escritas, en el río infinito de la literatura, con la esperanza de que digan algo, de que nos permitan entrever alguna certidumbre, de que nos consuelen de la muerte irremediable. Pese a la más que probable inutilidad de nuestros esfuerzos, uno se alegra de que los amigos sigan activos, y trabajando por ese hallazgo que nos redima. Mi querido Agustín Calvo Galán acaba de publicar GPS en la también infatigable editorial Amargord, con un lúcido prólogo de otro poeta relevante, Alejandro Céspedes. Agustín me incluye, cariñosamente, en los agradecimientos -soy yo, en realidad, el que tiene que agradecerle su paciencia, su delicadeza y los muchos calçots que siempre me reserva en los memorables encuentros de Cal Jep-, e incluye, entre las citas iniciales del poemario, una que me agrada especialmente, de Basilio Fernández, ese casi desconocido poeta -pese a haber ganado el Premio Nacional de Poesía a principios de los 90-, discípulo de Gerardo Diego, que tiene una de las obras más anómalas y formidables de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Observo que Agustín evoluciona significativamente: es poeta visual, pero cada vez practica más la poesía versal, y, en esta, también matiza cada vez más su propensión inicial al poema muy breve, aunque queden trazas de su laconismo en GPS: "Quisiera retener en tu ombligo/ la constante de Planck". GPS es un libro complejo, en el que se desenredan las volutas del amor y de la incomprensión de lo que nos sucede. La expresión, dinámica -con sangrados, oquedades, versos monosílabos, alteraciones en la puntuación-, refleja el dinamismo espiritual, ocasionalmente jubiloso, pero también sombrío, de su autor. Lo dialógico convive en él con lo cultural; lo cotidiano con lo viajero; lo metapoético con lo pictórico; la imaginación con el cuerpo. Es un buen libro GPS, un ejemplo de que depuración y osadía en el decir no están reñidas, y de que adentrarse en una conciencia sensible y cultivada suele dar frutos poderosos. Copio uno de sus perturbadores poemas:

Ser humano es
                        ser             asfixia,

me asaltan las frases
                         por hacer
                         o las bien hechas
y no las arcadas

que soy,

Implico a familiares, sin cautela alguna
delinco, aprisiono el subjuntivo
                        a merced de lo
que soy,

Tan pronto olvido como
me niego en el insomnio
ese
es
ser
que soy.

Juan Vico, tras dos poemarios muy interesantes -Still life y Víspera de ayer- y una primera novela aparecida en La Isla de Siltolá -Hobo, uno de los términos que se emplean en los Estados Unidos para designar a los vagabundos, esos que viajan en trenes de carga y llevan mitones deshilachados en invierno, junto a los bidones en los que arde el fuego-, publica ahora El teatro de la luz, una crónica negra que ha ganado el premio de novela corta de la Fundación MonteLeón en 2013. Y, como los premios son los jurados que los otorgan, me complazco en subrayar que el que ha concedido el galardón a Juan estaba presidido por Luis Mateo Díez, un narrador excepcional. (Aunque cabría discutir la condición de "corta" de El teatro de la luz: 163 páginas, en la hermosa edición de Gádir, forman una novela bien cumplida). En el libro, Juan utiliza el género negro para envolver una singular reflexión sobre las relaciones entre el cine y la literatura, y para dibujar un fresco de los inicios de la cinematografía en España. No resulta extraño: en la formación de Juan Vico se conjugan la Comunicación Audiovisual y la Teoría de la Literatura. Ahora, además, es redactor jefe de la revista Quimera, cuya renovación está impulsando con éxito. Transcribo tres de los párrafos iniciales de la novela: 

El público burgués tiene miedo del cine. El cine es para las clases bajas. Las masas sienten. Las masas tiemblan. La burguesía cultiva la matemática del sentimiento. No dejar traslucir. No hacer banderas con los trapos sucios. La pantalla blanca, vacía, la sábana blanca. No llenar la pantalla. No ensuciar la sábana. 
   El cine es indigno y amoral. El cine es peligroso. El soporte de las películas provoca incendios. El fuego, la química, la oscuridad. El material de los sueños es altamente inflamable. Pero las clases medias no tienen sueños. Los sueños son inestables. Su imagen tiembla, parpadea. Los sueños dañan la vista.
   Fantasmagorías. 

Por último, Andrés Catalán me hace llegar Ahora solo bebo té, que ha obtenido, también, un premio: el "Emilio Prados", otorgado por la Diputación Provincial de Málaga -cuyo jurado presidía Pablo García Baena-, y que publican, conjuntamente, Pre-Textos y la Diputación, por medio del Centro Cultural Generación del 27 (cuyo título es, por otra parte, una descripción exacta de lo que me pasa a mí en Inglaterra). También Andrés está interesado en las relaciones entre lo visual y lo poético: la última sección del libro, "Cómo pintar en el infierno", incluye diez poemas para Antonio López. Sus poemas revelan un saludable eclecticismo estético, con influencias diversas y buena mano para la fusión, el collage y la poliglosia. No en vano es traductor, y traductor, pese a su juventud, muy reputado: acaba de publicar una excelente versión de James Merrill en Vaso Roto, y está preparando la de la obra completa de Robert Frost en Linteo. En la sección titulada "La réplica infinita" encuentro este poema, "nocturno: azul y plata - chelsea", con la indicación, entre paréntesis, de "James A. M. Whistler", y no me resisto a transcribirlo. Yo también soy un enamorado de los paisajes portuarios, indefinidos, brumosamente azules, del Londres de Whistler:

Pero no hay plata:
todo es azul y es de agua, un río
descendiente de azul y de reposo, del color
de un brazo de mujer desvanecida.
Alguien mira pasar una barcaza. Alguien
mira al que mira y en el fondo
alguien hace girar una dinamo:
                                                   un cigarrillo
dorado es la ventana situada en el centro
del paisaje. De quien detrás
habita, de su sentido, nada
nos dice una vez más quien diseñó su esmero.

2 comentarios:

  1. Es un honor que me acojas, de nuevo, en tu casa/blog. Por supuesto, es gracias a ti que conocí la poesía de Basilio Fernández. Y, gracias añadidas, por tu sabio acompañarme.

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